Aviso a navegantes:
Esta entrada viene con música. Absténganse de leerla todos aquellos que no tengan pensado encender los altavoces o no le vayan a dar al play del reproductor de Youtube que he insertado. La canción dura exactamente 8:56 minutos, tiempo más que necesario para que vuestras mentes se trasladen de vuestro mundo al mío. O para que dejéis volar la imaginación hacia el lugar que hoy ocupa la mía. La canción es Forrest Gump suite, una delicia al piano con la que me duermo la mayor parte de mis noches, y con la que estoy escribiendo esto.Cambia la melodía y el ritmo casi tanto como cada uno de mis días. No os la podéis perder.
Dicho esto (por favor, hacedme caso) voy a ir entrando en materia, no sin antes agradecer a Pilar que me haya dejado su portátil estas dos mañanas de cama, pijama y medicamentos. Mientras mi adorado Mac sigue en el hospital, el pequeño de Pilar me ha hecho mucha compañía y me ha abierto de nuevo la ventana al mundo exterior. Gracias Pilar, te haré un bizcocho sin pepitas de chocolate!
En segundo lugar, quiero explicar que en la entrada de hoy no voy a dar nombres ni voy a especificar más allá de lo necesario, porque no me quiero dejar a nadie por el camino. Esta mi historia está formada por pequeños trocitos de muchísimas personas, y sería una necedad dar un exceso o defecto de protagonismo a todos los que la componen. ´
El enésimo de mis viajes desde el Liverpool John Lenon airport comenzó hace exactamente 9 días y debió de terminar hace sólo 3. Digo debió porque aún me siento en el camino. El norte de mi brújula me llevó esta vez hasta Fuerteventura. De nuevo una isla, aunque teñida de un color diferente a todo lo anteriormente contado en este blog. No me explico por qué, pero si pienso en mi viaje me viene a la cabeza el color azul. Azul mar, azul cielo o azul verano. Por asociación, estos tres términos me llevan de cabeza a una imagn que resume para mi este compendio de elementos: un faro. Os acordáis de Lucía y el sexo? Con el faro y el farero? Del rayo de sol uo o o... O de esa Najwa Nimri que persigue mis historias... ¿o quizá yo persigo las suyas? Pues no me preguntéis por qué, pero si pienso en Furteventura me acuerdo de esa película y de su luz. De su faro y de sus agujeros en la playa. Sigo buscando mi norte, la casualidad de mi vida, "la más grande". Y esta vez me ha pasado cerca, casi rozando...
La isla me recibió un miércoles por la tarde, casi noche, con la mejor de sus puestas de sol y uno de esos vinos de cartón que te devuelven al lugar de donde vienes. (si no, el golpe sería traumático). Suerte que lo arreglamos, verdad chicas? Ya el viaje en coche con mi gran amiga Choni (permitidme el lujo de nombradla, pero fue más anfitriona que la mismísima Preysler) desde el aeropuerto me sirvió de enganche. Relieves que sirven de escondite al más osado de los soles. Tan osado que se atrevió a dejarme una huella a modo de juramento de que algún día volveré. Que se lo pregunten a la mano que llevo en mi barriga. Sí, isla, lo prometo, volveré si me devuelves el color uniforme en la piel.
Para los que pensáis en Fuerteventura como la Formentera de Canarias, vais por mal camino. Lo único que tienen en común es que las dos empiezan por F y terminan por A. Lo demás son todo conjeturas. Fuerteventura tiene lo mejor de Lanzarote (por aquello de que tengo que hacer una comparación con algo que ya conocía) que para mí fueron sus paisajes volcánicos, pero también lo mejor de Menorca; sin duda las playas de sus calas. Hasta la semana pasada mis dos islas favoritas, cada una en su esencia. Ahora no tengo duda. Como decían los anuncios, ¿por qué comprar dos teniendo todo en la misma? Alguien me dijo que Fuerteventura te atrapa o te repele. En estos días he conocido las dos vertientes, pero la primera gana por goleada.
Me habéis oído decir mil veces que los sitios son los lugares y sus gentes. El mejor de los destinos no significaría nada para mi sin una historia que contar, o la de alguna de las personas que le dan vida. Hay gente que necesita llenar su vacío con las cosas; yo lo lleno con personas.Eso sí, estoy empezando a comprender que el paraiso empieza para mi en cada rincón en el que el mar toca la tierra. El mar me recarga, me revitaliza y me renueva. Es un intercambio de energías que sólo me sucede en esa mezcla de agua y sal que tanto me atrae. En otra vida debí haber nacido alga o gaviota, no lo tengo muy claro aún. Lo que sí tengo claro es que no puedo estar mucho tiempo lejos de él. En Fuerteventura lo he sentido cerca, pero también lejos. Como esas relaciones amor-odio que siempre son más amor adulterado que odio descafeinado.Allí estaba yo, en la más sublime de las islas, buscando las letras de una casualidad que quizá no existe. Mientras, yo la sigo buscando siempre cerca del mar.
En esos cinco días de bagaje he subido volcanes, me he dado mi primer baño del año (en el tardío mayo) he hecho nada (que es casi tan difícil como hacer algo) y he visto lugares donde me dejaría perder. He visto el más transparente de los mares en sintonía con la más negra de las arenas, o la más arisca de las rocas. Eso si que es amor, y no lo que vivimos los humanos. Y es que Fuerteventura es casi tan equilibrada como desequilibrada. Pero ni la mejor de las puestas de sol puede hacer frente a la mejor de las compañías. La unión de ambas puede resultar opiácea. Una vez más, los lugares son especiales por sus gentes, y de eso, en Fuerteventura saben un rato.En menos que canta un gallo he disfrutado de las mejores tertulias frente a un buen vino (y a un buen jamón obra del famoso Adrien Brody) o de las volteretas de mi joven amiga Mar. O de esos saltos en las enormes dunas, entre graznidos por unos "snacks muy finos", o de las horas en coche comprobando si una misma cerveza sabe diferente según el bar en que la tomes. Lo que se dice disfrutar "full time" mientras te cantan la canción de Física o Química o una de Mocedades. Toda una experiencia delimitada por el mar, una vez más. Es lo que tienen las islas, que mires donde mires, siempre ves mar. El adiós fue, como siempre, difícil. Pero algo de mi quedó allí, igual que algo de allí se vino conmigo. A batallas de amor, campo de pluma, como decían los poetas. "Ningún vestigio tan inconsolable como el que deja alguien, más aún cuando la latitud de la memoria ocupa un espacio mayor del que razonablemente le corresponde".
Tengo la sensación de que mi viaje no acabó el lunes, sino que empezó ahí. La isla es lo que tiene. Que se lo digan a los de Lost, que no han salido en 6 años. Yo ahora busco la luz de un faro que me indique cómo llegar a buen puerto. Desde lejos, las luces no se aprecian, pero para eso están los buenos fareros. Esos que te dicen si las historias quedaron en la isla o cruzaron el océano en busca de otro faro que apuntaba en la dirección de la casualidad equivocada.
Mientras, seguiré buscando la casualidad de mi vida, "la más grande", mientras espero la luz de su faro.