Cuando el río suena, catarata lleva...



Una furgoneta, ocho amigos y el pasaporte en regla. Lo suficiente para completar un viaje dentro de otro gran viaje que durante dos días me ha llevado a tres países distintos. Aunque de puntillas, puedo decir que en apenas 48 horas he cruzado la frontera de Argentina, para avanzar a Brasil y dormir en Paraguay. La causa bien merece las horas de rodaje y los kilómetros de más. Y esa causa no es otra que la de las imponentes cataratas de Iguaçú.
Con la resaca cumpleañera, a las cinco de la madrugada, mi tío y mi segunda familia adoptiva (los que forman la foto de la entrada anterior), con la incansable ayuda de Carrera, pusimos rumbo a Ciudad del Este para completar el mapa de sitios recomendados del inexistente turismo paraguayo. En total, ocho pasajeros para poner cara a las fotos de una de las maravillas naturales del mundo. El viaje de ida debió ser bonito. Y digo debió porque no abrí el ojo en los 400 kilómetros. Un año más empieza a pesarme…A eso de las 10 de la mañana (y sin desayunar. Dato importantísimo) llegamos a la primera de las maravillas del mundo del planning de nuestras intensas jornadas. La presa de Itaipú cortó la cinta del maratón fotográfico. Para los que no lo sepáis (yo misma hasta hace unas semanas), Itaipú es la mayor presa del mundo en producción de energía electrica. Una obra faraónica en medio del río Paraná que permite que brasileños y paraguayos puedan encender la luz por las noches. La central se encuentra situada en la línea fronteriza de los dos países, por lo que a la hora de los consejos de administración, la mesa se divide por una línea imaginaria en la que se delimita la frontera de ambos territorios. Como sentarse a tomar café con medio cuerpo en cada lado. Soy bastante mala para los datos, pero para que os hagáis una idea de las dimensiones de semejante obra faraónica, con el acero que se empleó para su construcción (allá por el año 73) se podrían levantar 380 torres Eiffel. El juguetito impresiona hasta los que no sabemos ni lo que es una turbina. Gracias al director paraguayo de Itaipú, Carlos Mateo Balmelli, los tripulantes de la furgoneta pudimos adentrarnos en el corazón real de la central. Visitamos cada uno de los rincones a los que sólo tienen acceso los trabajadores, recorrimos sus kilométricos pasillos (no es una exageración) y dimos fe de que un día, hace 30 años, el río Paraná reinó en lo que ahora es la mayor central del mundo. En estos días de visita paraguaya, la central ha sido protagonista de la actualidad porque Brasil y Paraguay se encuentran en plena negociación para renegociar las condiciones de venta de energía. Los brasileños consumen toda la que producen (50%) y tienen que echar mano de la de sus vecinos para poder abastecer a su enorme país. Paraguay, sin embargo, no utiliza ni una cuarta parte de la que es ya considerada una de las siete maravillas del mundo moderno. Itaipú, que en guaraní quiere decir “la piedra que habla”, nos da una pequeña lección de miniaturismo (palabra de mi cosecha) y nos pone de bruces con el mundo de los macrotamaños. Si no, mirad la foto de grupo en uno de los tubos por los que pasa el agua a la turbina. Una cura de humildad que nos muestra la proporción universal.
Después de tan magna arquitectura de la bombilla, nos dirigimos a Ciudad del Este. Que me perdonen los lugareños, pero en mi vida me topé con ciudad tan fea, sucia, oscura e insegura como esta. Ciudad del Este es el paraíso de las compras tecnológicas y de las falsificaciones. Qué paradójico que, siendo la ciudad más cercana al gigante de la energía, esté tan oscura. La vida comienza a las cinco de la madrugada, con las ventas ambulantes, y termina doce horas después, con los residuos de los mercados en medio de sus calles. Un desastroso tráfico pone la guinda a la joya del este. Suerte que sólo nos sirvió de ciudad dormitorio para pivotar hacia nuestras visitas. Bueno, a todos menos a mi tío. Como lo tenemos castigado a estar sólo en Paraguay, lo dejamos de vigilante en el hotel. Así, los siete furgoneteros pusimos rumbo a Argentina. En un plis, y a pesar de la demora de los asistentes de la frontera con los pasaportes, paseábamos por territorio Kischnerr. En menos de lo que dura una raya del suelo, habíamos perdido una hora del día (en Argentina hay una hora más) que nos impidió ver las cataratas en todo su esplendor. Tras un leve periplo, regresamos a Paraguay para poner rumbo a Brasil. Era nuestro plan B Tercer país en un día. En el país de Lula hicimos algunas compras antes de cenar y esperamos pacientes la llamada de la naturaleza para mostrarnos el mayor espectáculo del agua jamás visto. Ya el viernes pudimos por fín contemplar uno de los mayores espectáculos naturales jamás visto. Las imponentes cataratas de Iguaçú. No he tenido tiempo de subir los vídeos que he hecho de los torrentes de agua que caen por las rocas, pero os aseguro que es estruendo era ensordecedor. A lo largo de un par de kilómetros a pie por el paseo turístico, uno queda impresionado no sólo por que el agua brote por todos los rincones, sino también por las infinitas tonalidades de verde de la vegetación que sirve de paisaje a tamaño espectáculo. Os recomiendo a todos que visitéis este parque natural alguna vez en vuestra vida, porque sólo ante un acontecimiento así podréis tener conciencia de las dimensiones de la naturaleza. Uno se siente tan insignificante delante de las enormes cascadas que separan Paraguay, Argentina y Brasil, que comienza una cura de humildad con cierto aire inspirador. El agua evoca energía, fuerza…y seamos sinceros, también un poco de frío, porque el ambiente es una ducha constante. Tal es así que hasta las invisibles telarañas se hacían visibles a la vista, sobrecargadas por diminutas gotas de rocío que destapaban su siempre discreta presencia. Ya os enseñaré las fotos. Aunque sin duda, lo más increíble de Iguaçú es la garganta del diablo. Una salto de agua enorme sobre el que hay instalada una plataforma de hierro que te permite meterte de lleno (textualmene) en la catarata. El espectáculo lo completa la mezcla de agua y sol, que nos regala un arco iris casi permanente. Os aseguro que merece la pena el baño (y los 21 reales de la entrada para los que no pertenecemos al Mercosur). Entusiasmados con el baño de naturaleza, los furgoneteros completamos el día con una gran comida en una churrasquería.
Queridos españoles, mientras nosotros nos gastamos medio sueldo en un restaurante argentino por comer un trocito de carne vacuna, en este santo país nos dejan que nos hartemos de ensaladas, verduras y pastas en un buffet, antes de sacarnos a la mesa (recién salido de las parrillas) unas enormes espadas con carne pinchada. Costillas, lomitos, rabadilla y pollo, pavo, y otras tropecientas carnes más de no sé cuántos animales (sobre todo vaca). Un lujo para los sentidos. ¿Qué cuánto cuesta semejante festín? Entre 25.000 y 30.000 guaraníes. Un euro son 7.000 guaraníes. Para los que olvidaron las matemáticas, la comida completa sale por unos 4,5 euros. ¿Caro, verdad?
Y así, como acaban siempre todas las celebraciones (alrededor de una buena mesa) terminamos los ocho de la furgoneta nuestro inolvidable viaje al paraíso del agua. Y luego dicen que el Ebro tiene caudal… Ja, ja, ja

PD: Por la noche asistí junto a mi tío al aniversario del diario ABC color. El más vendido aquí. Y por fín, 15 días después de mi llegada, conocí la noche paraguaya con Juanjo, Larissa y Bettina. Pero para saber los detalles (y verlos) tendréis que esperar a mañana. Continuará…

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