Volando voy...




Hola a todos desde España. He regresado. Con pena, pero he regresado. Aunque el viaje duró 21 horas, he de reconoceros que no se me hizo nada pesado. Atrás dejaba 21 días de experiencias, amistades, celebraciones, buena gente, asados, frío, calor y sorpresas. En casi esas palabras puedo concluir las tres semanas que me ha llevado mi viaje a Paraguay, ese desconocido país que, precisamente por su anonimato, causa esa sensación de plenitud que comportan los descubrimientos.
Mi última noche en Asunción acabó del mismo modo en que empezó mi periplo. Con una gran cena, amenizada con música en directo. Un riquísimo asado, buenos vinos argentinos y chilenos y una mejor compañía no tardaron en provocarme una emoción desbordada. Al fin y al cabo era una noche de despedida, y con las despedidas ya se sabe...
Tras una breve siesta en el sofá, salí del aeropuerto Silvio Petirossi a las 6 de la madrugada. Casi dos horas antes, la brigada de transportes (constituida por mi tío, Carrera, el padre Petris y servidora) inició el viaje a los mostradores de facturación. A pesar de un pequeño incidente con una inepta señora del departamento de migraciones, que decidió ensombrecer mi viaje con el timo por el cobro de una multa que se inventó, y que casi me hace perder el vuelo, he de reconocer que los trayectos fueron bastante bien. Despegué de Asunción a la hora exacta (las fotos que os he puesto forman parte del epacio aéreo paraguayo) y aterricé en Buenos Aires con puntualidad. Los argentinos están obsesionados con la famosa gripe H1N1, de ahí que en el aeropuerto nadie pueda escapar al control de temperatura que hace la criba de sospechosos. Suerte que no dí fiebre, porque de haber sido así te retienen en el aeropuerto hasta que determinan que la provoca un dolor de muelas, unas anginas, o una resaca mal llevada. He de deciros que, aparte de eso, me quedé impresionada con la extensión de la ciudad de Buenos Aires. Es enorme!! Y el aeropuerto también. Tiene infinidad de tiendas (marcas incluidas), cafeterías, puestos de souvenir para rezagados, y muchísimos asientos cómodos para matar las horas de espera.
En mi caso, como mis maletas estaba llenas hasta límites insospechados, tuve que tirar de duty free para poder llevar a cabo una cata de vinos argentinos en mi casa y unas cuantas meriendas endulzadas con alfajores y dulce de leche (mmmm). Pues bien, después de mi periplo consumista, me estanqué en un coqueto asiento con vistas al despegue de aviones (cuánto entretiene) y me puse a ver Perdidos (que paradoja, ver despegar aviones en la realidad, mientras otros se estrellan en la ficción. Y eso sólo minutos antes de subirme a uno...). Como los enchufes son a los aeropuertos como el agua al desierto, dosifiqué la batería de mi Mac para poder aguantar sin aburrimiento las cuatro horas de escala. Un par de capítulos fueron suficientes para completar el tiempo que me llevaron las compras. Y así, sin enterarme, me subí al vuelo de Iberia que me devolvió a casa. Igual que a la ida a Paraguay, a la vuelta también caí en brazos de Morfeo, aunque en esta ocasión me despertaba religiosamente para las tres comidas de las 12 horas de vuelo. (¿Por qué la comida del avión tiene que ser tan mala?). Coser y cantar. A las 7 de la mañana (hora española y 1 de la madrugada paraguaya) aterrizaba en la T-4 de Madrid. Por cierto, hoy he leído que sólo unas horas después hubo un apagón en el aeropuerto.
Y nada, tras un corto viaje en coche llegué a Cuenca. Allí me esperaba Rita (con menos pelo pero la misma ilusión), y mi familia. Imagináos cómo estaba mi cuerpo que, llegué a las 10 a casa, me tumbé en el sofá y desperté a las 7 de la tarde. Claro, que anoche no pude pegar ojo hasta las 6 de la madrugada. Eso sí, hoy he amanecido a las 3 de la tarde.
Aviso a los lectores de este blog de que mi viaje ha concluido, pero no mis entradas al blog. Todavía tengo que contar muchas cosas de la vez que hice las américas... Lo mejor, siempre se deja para el final...

Continuará...

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